Todo pasa.

Estaba feliz porque ya no iban a entrar enfermeras por la noche a mi cuarto a ver como me encontraba, estaba muy feliz porque mi mamá  ya no iba a dormir en un sillón, también lo estaba porque por fin se habían terminado los largos y dolorosos estudios. Recuerdo que el 20 de diciembre, día en el que me dieron del hospital, mis papás quisieron pasar a la Iglesia de San Charbel a agradecer por mi vida, después mi papá tomó carretera rumbo a Parral y venía platicando lo bonita que era mi sobrinita; una de las razones por las cuales más felicidad sentí de salir del hospital fue que después de 4 meses iba a tener a mi sobrina Elisa más tiempo conmigo, y como casi no tenía fuerza, me la ponían en mis brazos.

Con Elisa, mi sobrinita.
Dicha felicidad me duró escasos 15 días; en ese lapso de tiempo vi a mis amigas y yo no me sentía igual que ellas, y ciertamente no era igual. Poco a poco fui comprendiendo el desgaste físico que Wilson hizo en mi cuerpo. Durante  meses me encerré a llorar, a gritar y a reclamar a Dios que era injusto  que yo me hubiera enfermado, el ¿por qué yo habiendo tantas personas malas en el mundo?
Mis músculos se empezaron a atrofiar y mi voz se comenzó a apagar, además de bajar 13 kilos, lo cual ocasionó que me quedara con poca masa muscular.

Mis papás se encontraban angustiados y tomaron la autoritaria decisión de mandarme a CDMX con mi hermana para empezar mi rehabilitación. Las primeras semanas en CDMX, Gaby (mi hermana), hizo los trámites necesarios para que pudiera ingresar al mejor centro de rehabilitación del país: el INR. Cada mañana mi hermana me despertaba a las 5:00 am para bañarme, darme de desayunar e irnos al Instituto Nacional de Rehabilitación; a las 7:00am empezaban mis terapias y desde el primer día fueron duros conmigo, le prohibieron a mi hermana que me bañara, y yo tuve que volver a aprender a mover las manos para lavarme el pelo y cuerpo, volví a aprender a abotonarme la blusa o abrocharme las cintas, agarrar el vaso y cuchara con firmeza para comer por mi misma.

Antes de irme a CDMX, recibí un mensaje de mi mejor amiga Marlene, el cual contenía unas sabias y ciertas palabras que al momento no comprendí, incluso me hicieron llorar y enojar, aventé el celular porque era muy fácil dar consejos cuando nadie tenía la mínima idea de lo que yo estaba sufriendo.
El mes que entra cumpliré cuatro años de ser diagnosticada con la enfermedad de Wilson, y con certeza le puedo decir que soy una persona feliz, estoy a escasos 3 meses de graduarme, además de que las noticias sobre mi enfermedad son cada vez más alentadoras.
Hace un par de semanas el CIMA (en España) obtuvo la certificación como medicamento huérfano terapia génica, esto quiere decir que es un hecho que efectivamente, la cura de Wilson existe, además esto va a acelerar la salida del producto al mercado (aprox. 2 años), y aunque el medicamento va a ser caro (millones de pesos), confío en que usted, querido lector, romperá su cochinito para ayudarme; porque así como me escribió mi amiga Marlene en aquel mensaje:

Todo lo que sube... Baja.
Todo lo que empieza... Termina.
Toda lucha que se hace con fe... Se Gana.
No hay mayor injusticia que pueda contra la luz, la fe y la esperanza.
Todo Pasa... Esto También pasará.


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